domingo, 27 de diciembre de 2009

Crujidos que abrigan. Tercera Parte

Bajo las sábanas de seda sentía la piel suave de las piernas de Marielos. La sentía, existía. Ella existía mientras hacíamos el amor, la sensación existía, la unión existía. Después de unos momentos escuche que una tormenta se acercaba. Escuche en el techo las gotas de lluvia, era una noche perfecta. El sonido metálico y continuo del agua al caer por las canoas. Quería abrazar a mi esposa, quería sentir su calor. Estire mi brazo, pero no encontraba su hermoso cuerpo, tanteaba por la cama y no sentía a Marielos. Seguí los pliegues de la cama con las esperanzas de encontrar a la mujer que amaba, pero mis dedos encontraron otra cosa. Algo húmedo se esparcía del lado donde se encontraba Marielos, era viscoso.

Con extrañeza me pregunte que sería aquello. Encendí la luz de lectura y levante el cubrecama. Una enorme masa roja se asomaba entre las sábanas blancas de la cama. Me levanté con un gran susto, me corrí hasta chocar con la lámpara de lectura, rompiéndola. El cuarto estaba a obscuras de nuevo. ¿Qué había pasado? ¿Eso era sangre? ¿Dónde está Marielos? Me preguntaba con miedo, algo terrible podría haber pasado. Grité con desesperación el nombre de mi esposa, quería saber donde estaba, pero la única respuesta que escuchaba era mi eco.

Un rayo cayó iluminando toda la habitación y volví a ver la mancha roja goteando a un lado de la cama. Gritaba sin razón. El miedo me hacía temblar. La desesperación me daba ganas de vomitar. Quería saber donde se encontraba mi familia, mi vida. Me acerqué a la puerta con dificultad y tropecé con algo metálico y frío. Tanteando con las manos tome lo que estaba en el suelo. Era un revolver. Otro rayo ilumino la habitación y un dolor de cabeza invadió mi cabeza. Me hinqué, era un dolor insoportable, luego lo sentí en todo mí ser. Un recuerdo. Un recuerdo apareció ante mis ojos. Un recuerdo que fue desenterrado de lo más profundo de las obscuras lagunas de la memoria. Un recuerdo que intente borrar.

Me vi frente a la cama. Caminaba con rapidez y torpemente de arriba abajo. Veía a mi esposa llorar y temerosa de mi presencia, se tapaba con las sábanas. Le gritaba constantemente. Mis alaridos retumbaban por todas las paredes de mi habitación. Cada aumento de mi voz hacía que mi esposa temblara aún más. Mi enojo no me ayudaba a hablar claramente, no se comprendía lo que escupía de mi boca. Pero si sabía que Marielos me pedía perdón…

El dolor desapareció. No aguantaba el peso de mi cuerpo. ¿Qué había sido esa experiencia? Tenía miedo quería correr, pero estaba cansado. De pronto escuche como un respiro fuerte. La casa empezó a contraerse, el cuarto se expandía y se encogía. La casa parecía estar respirando con molestia. Las tablas se torcían y se quebraban. Sentía que Penélope me quería herir. Otro haz de luz destello en el exterior y el dolor volvió, me hizo vomitar, no aguantaba la tortura. Otro recuerdo.

Tomé el revólver de mi bolsillo y lo apunte. Estaba preparado para matar a mi querida mujer. Ella lloraba, su llanto la ahogaba. Tenía miedo a la muerte, sus ojos me lo mostraban. Mi mano me temblaba, pero ya estaba preparado en jalar el gatillo, me era indiferente la muerte de alguien provocada por mí. Dispare. Le di justo en el pecho, pero no sentía que era suficiente, le dispare dos veces más uno en el vientre y otro en la cabeza. Su cuerpo cayó sin gracia y horriblemente en el piso, se golpeo la cabeza provocando que su herida se abriera aún más. Era una escena grotesca, y estaba feliz, estaba extasiado. Ella había muerto y ya no sería problema. Escuche el grito de Sara en su habitación…

El dolor me declaraba una verdad. Una verdad que había enterrado en mi memoria. Una verdad que no deseaba experimentar, pero ahí estaba tirado en el piso del cuarto, llorando y débil. Había matado a mi esposa, ya lo recordaba. Grite con fuerza, golpee la puerta con mi pie y el piso con mis manos. Parecía como un niño a quien le habían quitado sus juguetes. Era mi vida, destruí mi vida, mate lo que me hacía sentir, lo que me hacía existir.

Aún vivía Sara, ella alimentaría mi esperanza. Me levanté con todas mis fuerzas y corrí hacia su habitación. El pasillo se contraía, era difícil caminar, las tablas levantaban astillas que lastimaban mis pies, las paredes sacaban sus clavos hiriendo mis manos. ¡Déjame vivir Penélope! Grite mientras mi ropa era rasgada por las paredes que se hacían cada vez más pequeñas. Penélope me estaba matando, odiaba el olor que expelían los tablones al quebrarse. No era cálida, se enfriaba cada vez más. Ya no eran astillas en el suelo, ni que también clavos y vidrios que se quebraban. Toda la casa estaba respirando, crujidos terribles y que sonaban a lamentos repicaban en cada lugar. Odiaba la casa.

Cuando llegue al cuarto de Sara vi el color rojo de nuevo. El dolor volvió y caí de bruces sobre el suelo. Un relámpago ilumino la pequeña cama de la niña. Un recuerdo asqueroso y horrendo venció las barreras de la memoria.

Cuando llegue a su cuarto, la vi de pie en el marco de la puerta. Mientras me veía venir, me preguntaba que había pasado. Solamente la tome del cabello y le grite insultos terribles. Le jalaba el cabello. La veía como un animal, como una niña putrefacta, algo nauseabundo que no reconocía. Ella me gritaba y golpeaba mis manos. Lloraba terriblemente. Yo solo la sostenía. Tomé el revólver nuevamente, se lo metí en la boca, vomitó. Se lo volví a meter en la boca. Sus llantos eran silenciados por el barril del arma. Jale el gatillo…

Estaba en el suelo. Ahí, perdiendo cada respiro de mi vida. Tome el arma que había recogido del piso y la apunte a mi sien. Jale varias veces el gatillo pero nada pasaba, estaba descargada. Quería morir. Mis hermosas mujeres habían sido asesinadas. Mi mano, mi mente y mi enojo fueron sus homicidas. Lloraba en el suelo. Perdí mi vida, mi amor. Ya no existía, pero el sentimiento de dolor y sufrimiento estaban muy presentes.

Me levante y camine hacia las escaleras. Clavos se insertaban con facilidad en las plantas de mis pies. En mis manos grandes trozos de madera rompían mi piel. Cuando llegue a las escaleras, estas cambiaron de posición tirándome hasta la base. Rodé hasta la puerta, quebrando con la cabeza el bello vitral de colores. Penélope me quería fuera. Esa casa no merecía mi amor. Así era como pagaba mi aprecio por ella. Me puse de pie y salí. En el exterior vi como se contorsionaba la casa. Era horrible, su color era ahora rojo. Brotaba de las ventanas el color rojo, de la chimenea, de la puerta. Vomitaba sangre, lloraba sangre. Estaba muriendo.

Corrí lejos de esa imagen tétrica con la que Penélope me recordaba mis actos. Me adentré por el pantano. Pensaba con constancia que todo era mentira. Yo no tendría el valor de matar a alguien. No podría matar a las personas que amaba. Corrí enterrando mis pies en el fango. Caían rayos constantemente y los dolores no desaparecían. Me hacían recordar un camino entre los árboles viejos de la ciénaga.

Cansado llegue a un claro. Un recuerdo me golpeo fuertemente. Me veía enterrando una maleta. Fui a ese lugar y con mis manos escarbe la tierra. Sentía la suciedad en mis uñas, sentía la humedad en mis palmas, sentía la sangre en mis manos, sentía el suicidio en mi mente. Cuando topé con la maleta, la saqué de un jalón. La abrí. Era la evidencia. Dentro de ella se encontraba el testimonio de que lo que vi en mi cabeza era completamente cierto. Rebusque dentro y vi la razón de mi necesaria muerte. Cortes de periódico, bolsas de evidencia, un revólver, declaraciones… todas mencionaban y me hacían recordar la muerte de Marielos y Sara. La policía nunca me arresto porque tenía una fuerte coartada, pero si hubo un testigo. Gire mi cabeza y vi el techo de Penélope, aún retorciendo. Sus crujidos eran palabras cortantes que me acusaban y me querían muerto.

Cayó otro relámpago y el dolor invadió mi cabeza. Sentía que iba a explotar, ya no escuchaba y ya no veía. No sentía mis manos, ni mis piernas. Vomite a más no poder. Me sentía flácido y débil. Y lo último que sentí fue mi cuerpo sin fuerzas, caer en el suelo.

* * *

Siete de la mañana. El despertador sonaba con gran fuerza. Me desperté feliz porque el sol del día entraba por las ventanas y calentaban mi cama. Las persianas estaban abiertas. Penélope me daba los buenos días a su manera. Sonaban los tablones de madera, eran crujidos que abrigaban mi ser. Era domingo, no tenía que ir al detestable trabajo. Podía estar todo el día sintiendo los placeres que mi hermosa casa me otorgaba. Baje a tomar el desayuno. Había un rico plato de huevo con tocino en la mesa.

Después de comer salí a presenciar mi posesión por fuera, ver su fachada me hacía explotar en éxtasis. Circule la propiedad con una gran sonrisa y dando uno que otro salto. Cuando llegue a la parte trasera vi un enorme muelle. Una extensión del ser de Penélope. Vi una silla de madera y me senté a escuchar los agradables sonidos del pantano. Conocía tan bien a Penélope, pero tenía sus sorpresas, y ciertamente, este hermoso muelle era una de ellas. Pase toda la tarde sintiendo la humedad de la ciénaga, adoraba este lugar, con las puntas de mis dedos acariciaba la madera, sabía muy bien que le encantaba a Penélope.

Pase toda la tarde sentado frente a la laguna. Sentí hambre, era hora de la cena. Fui a la cocina y estaba ahí nuevamente un rico plato de comida en la mesa. Al terminar fui a la sala y me hundí en uno de los suaves sillones de Penélope. Mientras leía una de las revistas de mi colección, escuche como la casa se retorcía, sentí un poco de miedo, eran crujidos incómodos, parecía que mi hogar se estaba esforzando por algo, pero después de un largo momento se detuvo. En seguida escuche el timbre. Me levante un poco extrañado, fui por el pasillo y en la puerta de vitral vi dos figuras, una mujer y una niña…

FIN

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