sábado, 20 de febrero de 2010

Confites

“… que los cumplas feliz” terminaba la conocida canción y todos aquellos presentes comenzaron a aplaudir y reunirse cerca del pastel esperando una tajada de lustre dulzón y suave relleno. Ricardo sacó su cámara y empezó a tomar fotografías del grandioso momento que vivía su hijo. Todos felices en cada una de las tomas, ciertamente serían el recuerdo de un agradable y querido cuarto cumpleaños. Ansiosos, los amigos de Luis le preguntaban a su madre cuando romperían la ansiada piñata, ella respondía con una gran sonrisa que sería el gran final de la hermosa velada.

Después de probar aquel pastel de helado, empezarían los juegos infantiles. El perfecto momento para que padres e hijos fortalecieran, por lo menos una vez en ese año, sus relaciones. Las madres y padres olvidaban por un momento las peleas de custodia y sus hijos olvidaban los maltratos físicos provocados por sus padres. Un cumpleaños era una excusa para ser una familia de fotografía.

Risas y felicidad inundaba la casa de Ricardo y el gozaba ver a Marta y a Luis sentirse a gusto con la fiesta que él había planeado. Los besaba constantemente con la idea de que al terminar el día todo sería mejor y más tranquilo, específicamente para él. Los niños jugaron con gracia, los adultos conversaban relajadamente, era un día especial para todos los presentes.

Luis era el más feliz, aunque en algún futuro no recordaría esta fiesta de cumpleaños, sentía que era el evento más especial que habría vivido en toda su vida. Veía a sus amigos fuera de la escuela y jugaba con ellos, su sonrisa de gran felicidad sería una posible inspiración para muchos de los adultos presentes. Sus ojos grises eran cautivadores provocando pellizcos en sus enormes cachetes. Marta lo quería mucho, siempre lo abrazaba y constantemente le compraba regalos, en sus días libres lo llevaba a pasear a sus lugares favoritos: el parque, los juegos electrónicos, entre otros. Luis era muy consentido y vivía feliz pues sabía que sus padres lo amaban. Ricardo, aunque era estricto, le ayudaba en cualquier cosa, siempre estaba presente para Luis. Las tareas y proyectos grandes eran hechos por Ricardo; a Luis le enseñaban como ser irresponsable por amarlo tanto.

La fiesta de cumpleaños era una razón para presumir. Los presentes se darían cuenta que la familia Corrales era una muy unida, los tres siempre felices y siempre dándose apoyo. Claro, entre los invitados se intentaban crear rumores para bajar a aquella familia de las nubes. También, tal imagen de perfección provocaba entre los presentes tal envidia que daría como resultado peleas al llegar del evento infantil.

Después de los juegos donde todos los niños fueron ganadores de premios especiales, Marta salió con lo más esperado de la fiesta. Era una enorme piñata con forma del personaje de moda de las caricaturas. Ricardo entusiasmaba a los niños diciéndoles que dentro estarían los dulces más deliciosos del planeta. Todos estaban preparados para tomar el palo y pegarle a ese monstruito para sacar el preciado tesoro. Con cuidado Ricardo colgó la piñata en el techo del garaje y luego cerró el portón “para que no se escapara ningún confite”. ¿Quién sería el primero en traer aún más alegría a la fiesta?

“¿Quién será el primero en pegarle al bichillo este?” pregunte con muchas ansias. Todos los niños saltaban levantando la mano, todos querían ser el primero, el que llevaría la batuta y destruiría al monstruito. Los veía a todos con desprecio todos esos mocosos, sucios y malolientes. Criaturas egoístas y sin idea de que existen otros además de ellos mismos. Los veía rodeándome, sentía sus manitas tocándome los pantalones y pidiéndome casi con lágrimas ser el primero en romper la piñata. Los aleje de mi un poco y con una falsa sonrisa les dije que el cumpleañero debería ser el primero, el que debe dar la alegría a sus amigos.

Termine de colgar la delicada piñata y tome el extremo de la cuerda para subirla y bajarla. Engañarlos con esa cosa de colores, serían como peces en el agua atraídos por el anzuelo llamativo. En mis entrañas me reía con fuerza, estaba preparado para lo que iba a suceder, todo al final se volvería mejor y yo volvería a ser la persona que alguna vez fui hace cuatro años. Con felicidad mi hijo tomo el palo y me dio las gracias abriendo enormemente sus grises ojos. Por un momento decidí detenerme, detener todo el plan, pero no pude, tenía que seguir mis convicciones y terminar con esta mierda rápido.

Cuando fui a mi lugar, cerca de una columna, volvía a ver a Marta, sus ojos se iluminaban al ver al enano sosteniendo el palo de madera. Parecía que pensaba que Luis era ya un niño grande que podría valerse por si solo. Que tonta era. Ella perdió su razón en la inocencia de un simple y común niño, todos los presentes se habían perdido en la misma maraña de estupideces. Me revolvía el estomago pensar que ese pequeño amanerado (gracias a Marta con sus ideas melosas de abrazar al cagón ese), obtenía toda la atención, que un simple chiste sin sentido o un cuento mal contado, haría reír a todos los adultos.

Marta, parecía estar orgullosa de su niño y él le devolvía la cara con su cara de “mamá mírame, soy el primero en este juego inútil y por eso soy el que supera a todos estos niños tontos y sin rostro, que son mis amigos solamente porque tienen mejores juguetes que yo”. Qué asco. Ambos se miraban y se perdían en ese sentimentalismo tan desagradable. Ella era suya, Marta era la esclava de ese niño sin ideas concretas, por favor, ni podía pensar por si mismo, yo tenía que hacerle todas las benditas tareas todos los días porque ella era tan débil. Me obligaba a ayudarlo a apoyarlo, solo lo volvía más flojo e incompetente, le enseñábamos como aprovecharse de los demás. Era solamente un niño y Marta dejó de amarme.

Grité que ya era hora de golpear la piñata. Estaba agitado de felicidad, mi plan funcionaría. El imbécil empezó a agitar el palo, casi golpeando a los adultos y niños a su alrededor. Yo subía y bajaba la piñata, me reía, me divertía viendo como ese mono se caía y se golpeaba las rodillas tratando de acertar. En mi pecho sentía la ansiedad de darle el premio fácil, de acabar con todo, pero quería ver como en su cara se mostraba el sentimiento de desesperación por no obtener su cometido.

“Ricardo, creo que es hora de que otro niño lo intente,” me decía Marta, con una sonrisa que significaba una orden para darle el gane a Luis “creo que se están impacientando ¿no crees querido?”

“No mi amor,” le dije con seguridad y con la cara grave “creo que el cumpleañero debe tener la mayor cantidad de tiempo.”

Ella se alejó asustada, lo pude sentir. Por fin pude decidir por primera vez sobre el mocoso y ella se tuvo que doblegar. La amo tanto, pero su falta de juicio me enoja. Volvimos al juego, arriba y abajo los colores llamativos. En mis manos sentí el poder, me sentí como el dios que lo puede controlar todo. En mi cara ya no se reflejaba una sonrisa de felicidad sino de excitación. Pude sentir que algunos de los invitados murmuraban mi nombre. Sentí que ya era hora. Baje la piñata para que estuviera al alcance de Luis.

Ricardo bajo la piñata para que estuviera el punto exacto para que el querido niño la golpeara con facilidad. El palo de madera debilito la estructura, faltaban golpes más fuertes para que la piñata se rompiera. “Más fuerte, con huevos Luis” le gritaba Ricardo desde la columna, su cara estaba roja y sudaba mucho. Los invitados murmuraban que era injusto que Luis rompiera la piñata sin que los otros niños lo intentaran. Luis lanzo dos golpes más hasta que el papel mache cedió

Felices y con mucha velocidad los niños se acercaron para recolectar los preciados y deliciosos confites. Gritos en vez de risas se escucharon, y del techo vidrios y metales filosos caían sobre los niños. Los colores de los restos de la piñata se volvieron al mismo tiempo en rojo. Luis vio asustado y sin esperanzas en sus grises ojos como una pieza grande de cristal se dirigía a su cara, fue un golpe certero al ojo izquierdo y le atravesó la cabeza. Otros niños recibían cortes en sus cuellos derramando el joven y vital líquido.

Ricardo se resguardaba detrás de la columna, mientras que los demás padres rescataban a sus agonizantes hijos. Algunos intentaban abrir el portón pero estaba cerrado con candado. El piso se volvía resbaladizo por la sangre haciéndoles perder el equilibrio y no poder forzar la entrada a la casa. Llanto era lo que se adueñaba del garaje y ni una sola nota infantil era escuchada.

Vi a todos esos mocosos caer al suelo con gran felicidad, era mi escape, mi libertad lo que presenciaba en ese momento. Volví mi mirada, con la sonrisa demoniaca, y vi a Marta. Ella lloraba al lado de Luis, lo abrazaba tanto que sus manos se lastimaban con el trozo de cristal que tenía en su cabeza. Por un momento el sentimiento de culpa se adueño de mi cuerpo, caí de rodillas y solté una que otra lágrima, pero cuando vi detenidamente el cuerpo inerte de Luis, la felicidad me acogió nuevamente.

Me acerqué a Marta y con fuerza la obligue a que me besara. Sentía su amor cerca nuevamente. El mugroso niño que yacía muerto en el centro del garaje, ya no sería un estorbo nunca más. Acosté con todo mi poder a Marta en el piso y le dije que los dos estaríamos solos nuevamente, que ella tendría desde ese momento en adelante, la obligación de amarme. Ella intentaba salir, pero la golpee para que dejara de forcejear. Uno de los invitados me trató de separar de mi querida pero tonta Marta. Al ver que no la dejaría ir con facilidad tomó uno de los metales y me lo clavo en la pierna, la solté, pero estaba seguro que la volvería a tener cerca pronto.

Los demás invitados encontraron una salida y ayudaron a Marta a escapar. Mientras tanto Ricardo no podía levantarse, estaba tirado en el sangriento piso. Con facilidad se movilizó hasta el cuerpo de su hijo y rió con fuerza, se sentía el ganador. A él lo mimarían por siempre. Respiraba hondamente y con fuerza, pasaba su lengua varias veces por sus labios. Ese era su confite, ese era su premio, su hijo muerto. Sentía, mientras gozaba en la sangre, como le haría el amor a Marta, sería salvaje pues ella tenía la obligación de hacerlo de ese modo. Con agilidad Ricardo se estiró y mordió la pierna de Luis, le arrancó un gran pedazo. Disfrutaba este confite, era de los más sabrosos del mundo, pero era muy grande. Al tragarlo no bajaría por su garganta, su cara se puso azul y el aire no le entraba ni salía. Ricardo miró antes de morir con enojo a su hijo y pensó lo egoísta que era Luis, tan egoísta que inclusive muerto le quitó su libertad.

jueves, 18 de febrero de 2010

El obscuro 2000

“Son dos mil quinientos”, me decía Álvaro, mientras pasábamos frente al deteriorado cine y veíamos el pequeño cartelito en la sucia ventana de la boletería. Seguimos nuestro camino por la acera y decidimos darle una vuelta a la cuadra, darnos ánimo para entrar a semejante lugar. El pequeño trayecto de cuatrocientos metros se acortaba cada vez más y en nuestras cabezas, el interior de aquella sala de proyección se formaba y se amoldaba como plasticina, según lo que creíamos que iba a ser ese obscuro y castigado mundo.

Preparados estábamos, tomaríamos la oportunidad que veíamos cada vez más cercana. Ya no había nada más que perder, en una mente que no piensa y que actúa solamente, lo único que peligra es la vida, pero en este caso sabía que saldríamos salvos y sanos, pero sucios. Ya no nos importaban las miradas que juzgaban, ya no nos importaría aquellas personas que con paciencia esperaban el autobús frente a un edificio que provoca miradas indiferentes y preguntas de niños, sin responder.

Con cierta velocidad ingresamos, en un segundo fuimos cubiertos por escudos sucios que indican donde iniciaba la lujuria y donde terminaba. Entrada, salida. Fuimos dos inexpertos, dos extranjeros en un mundo donde nadie se conoce y no quiere ser conocido. Al pagar la alta tarifa y presenciar el antiguo lobby, donde alguna vez una mujer entró sin miedo, sin protección, atravesamos las polvorientas y pesadas cortinas que nos permitiría ver cómo se desarrollaría una nueva experiencia, accionada por la humana curiosidad.

Esto no es así. Como dos ratones ciegos nos encontrábamos en terreno prohibido. Obscuridad absoluta. Un miedo empezó a cultivarse en mi ser. ¿Qué se hace?¿Cómo hago? Encontrarnos contra una sala donde la penetrante negrura, provocada por la ausencia de luz, nos dejó atónitos. Abrí el celular intentando ver lo que tenía en frente, pero fue un intento fútil para que mis ojos volvieran a ver. Voltee la mirada a mi derecha y apareció una enorme figura blanca, era un hombre, parecía asustado, por un momento pensé que había sido desconcentrado, pero mi propia mente tuvo la amabilidad en detener este tren del pensamiento. Con nerviosismo susurre el nombre de Álvaro, hasta que di con él. En ese instante de asombro, nuestros modelos mentales se desmoronaban.

Allá al frente, unas cuantas líneas de asientos se iluminaban con una luz débil y difuminada. Era la pantalla, una tela blanca con un gran parchón amarillento. Era donde se proyectaba las escenas de un filme que jamás sería comentado por los grandes críticos de los medios de comunicación, una película que solamente se encontraría nuevamente en los recuerdos de los pocos asistentes de la tarde. Una a una, con intermedios, se daban escenas de un amor inexistente y sin ataduras, mostrando simbólicamente el poderío del hombre sobre la mujer.

Ahí me encontraba con Álvaro, en nuestros torcidos y rotos asientos, mientras nuestros ojos se acostumbraban y volvían a ver esa horrible y caliente habitación. Mi opción era no pensar, pero me era inevitable, mis sentidos se agudizaron y todo a mi alrededor me parecía desagradable, putrefacto. El olor a cigarrillo de los expertos, la sensación de tener a los espectadores cerca, la humana masa negra de la cuarta fila, el constante brillo de los encendedores y el sonido invariable de las actrices. Me abrumaban con fuerte intensidad. Lo único que me quedaba era ver a mis alrededores y distraerme, tarea que tenía sus desagradables sorpresas. Mi mirada revoloteaba por la habitación, por las latas del techo, por las filas de asientos mal centrados, por las paredes de tela. Pero nuevamente mis ojos se centraban en el movimiento en dos sentidos de carnes griegas que no se expresaban en ningún sentimiento, solo placer pagado. Decidí ver el piso, una curiosidad por historias ya escuchadas me hicieron abrir nuevamente mi celular y dejar escapar su luz, lo pase de derecha a izquierda por mis pies. Levante la vista rápidamente y con un sonido le afirme a Álvaro que mi descubrimiento no era uno que deseaba ver otra vez.
Imagen tras imagen, la película era lo mismo, pero no para los espectadores experimentados y sedientos de una relación carnal con ellos mismos. El aburrimiento se sentía entre los dos extranjeros, por lo que decidimos irnos. Mientras esperábamos el intermedio que daría descanso a los pensamientos groseros de aquellos solitarios hombres, una canción electrónica inundó nuestra fila. “Aló, si…” contestaba el teléfono uno de los visitantes. Era risible ver aquel señor intentando tener una conversación seria en un lugar como ese, el sonido de gemidos era fuerte y persistente, y él ni se inmutaba.

La Salida. Intermedio por fin, nos levantamos ágilmente y nos dirigimos nuevamente a las pesadas y sucias cortinas, en nuestro trayecto, observamos nuevos clientes llevando a cabo su proceso de aclimatación, herramienta para ambientar la vista ansiosa por darse el gustito de ver a dos desconocidos, conociéndose sin conocerse. Nadie aquí existe para el otro, eso lo asegura la obscuridad, la individualidad del individuo es el placer de placeres en una industria que explota el placer de dos: el espectador y el actor (ambos masculinos).

Volvimos a ver el sol. De ahí se debe de salir rápido y sin expresar emociones, o eso pienso yo, ninguno de los testigos tiene que darse cuenta de que uno estuvo allí, aunque lo vieron salir del lujurioso local. Con nuestra ruta de escape preparada, cruzamos el lobby y dimos con la calle. Unos metros después, risas nerviosas y críticas a un mundo ahora experimentado con desagrado, eran nuestra reacción para volver a un mundo que habíamos dejado por lo underground en el sentido etario, tal parece. Nuevamente en la luz de la sociedad hipócritamente asexual me sentí seguro y limpio. ¿En qué sentido lo estaré diciendo? Pero esta experiencia nos dejó ahora una historia que será parte de reuniones sociales, donde nuestros amigos nos acusarán de depravados y nos tacharán de puercos, antes de preguntarnos con curiosidad disimulada por todo lo que pudimos ver.

lunes, 8 de febrero de 2010

El Santísimo. Segunda parte

Después de la entrevista, el sacerdote me entrego una muestra de la ceniza. La envíe a un laboratorio. Los especialistas me indicaron que era una ceniza sin calificación, los elementos que la conformaban no se podían especificar. El reporte de los bomberos de las localidades aledañas, mencionaban que el fuego era algo nunca visto, era color azul, a pesar del brillo que provocaba el cual era naranja, ese tipo de fuego no aparece a raíz de campos de cosechas que son incendiados y ninguno de los productos utilizados en ellos lo provoca.

Esa tarde murieron por lo menos diecisiete personas. Fueron aquellas que tuvieron contacto prolongado con este polvo que caía del cielo. Muchos agricultores. Todos los que habían asistido a la misa sobrevivieron, pero en la mayoría empezaron a aparecer tumores malignos y discapacidades de todo tipo.

La investigación policial y de los bomberos indicó que nadie provocó el incendio y que solamente los terrenos sembrados fueron afectados. En cuanto a la investigación del extraño suicidio de Ricardo, se determino en la autopsia que había muerto antes de que las heridas en su muñeca fueran provocadas, lo que podría indicar homicidio. Pero el descubrimiento extraño que encontraron los forenses fue la presencia de oro en sus órganos, pequeñas piezas, microscópicas de oro, algo que lo hubiera matado, pero determinaron que estas minúsculas pepitas lo habían acompañado toda su vida.

Este hallazgo llegó a tener más revuelo en el pueblo dos días después del incendio. Una serie de muertes se llevaron a cabo, en su mayoría de adultos de tercera edad. El señor Carmona me describió lo que sucedió:

“… se empezaron a ver luces raras, como la que tiraba aquel muchacho. El pueblo se iluminó feísimo, todos estaban asustados y no sabíamos que hacer, solamente nos encomendamos al señor y esperamos. Un nieto mío llego a la casa y me dijo que algo pasaba en el pueblo, me montó en el camión y me llevó al centro. Las luces aparecían y se iban… cuando llegamos al pueblo, muchos de los señores, amigos míos, amigos inclusive de mi tata, todos vomitando esas luces, por la boca y por los ojos. Y después se apagaban y caían en el suelo así como cuando uno mata ganado. A los que no nos pasaba nada, solo nos hicimos estatuas y ya, no podíamos hacer nada… ay que Dios se apiade…”

Al parecer, justo cuando las luces dejaban de ser expulsadas de los cuerpos, las vías respiratorias se atestaban de oro, pequeñas pepitas, dejando a la victima sin espacio para que respirase. Treinta y tres personas sufrieron este percance. Ya dados estos dos hechos, el pueblo se alarmó, por lo que le pidieron al gobierno que les ayudara, solamente recibieron risas y burlas, pues no se creía lo que pasaba en el pueblo. Los habitantes entraron en pánico y paranoia, algunos dedujeron que todo había empezado con la aparición de Aurora, que ya era considerada sospechosa de asesinato, pues los oficiales descubrieron que Ricardo no había perdido el trabajo y que su madre “corto” relación, pues había muerto hacía dos años.

La señora Romero me comentó que cada vez que sucedía algo raro en el pueblo, Aurora se comportaba de manera extraña. “Se comportaba como si estuviera poseída”. Tuvo que llamar al sacerdote.

“… pues sí, ella parecía como la hija de Satanás. Hablaba en lenguas, sus ojos se volvían blancos y empezaba a golpearse fuertemente… (Se detuvo un momento, respiro fuertemente), llego el momento en que ella, solamente empezó a arrancarse los dedos heridos uno a uno, por Dios santo, señor todo poderoso, esa imagen no la podré borrar de mi cabeza…”

Escuche de rumores del pueblo, que Aurora en los últimos días había expresado su deseo por morir, un deseo terrible en el cual la culpa se encontraba cada vez más presente.

La última noche de sucesos fue la peor. Fue la completa destrucción del pueblo y así la muerte de Aurora. Análisis geológicos no mostraban evidencia de que haya sido un terremoto, solo sobrevive la creencia y lo que vieron los sobrevivientes. Todo empezó en la casa de la señora Romero, en uno de los ataques de Aurora, ella expulsaba sonidos extraños, inteligibles, el sacerdote, que las acompañaba, sabía que estaba tratando de comunicar algo. Pero Lidieth se sorprendió cuando pudo comprender que era lo que trataba de decir la muchacha:

“…tática de Dios, ya llegamos a la parte fea de la historia… ella se levanto y empezó a moverse muy feo, como las modelos todas descubiertas que muestra el programilla de televisión. Se tocaba allí abajo, era como para tirarle agua bendita. Y en eso nos hablo al Padre y a mí, pero seguía profanando su cuerpo… no le entendíamos, palabras feas de seguro, pensaba yo. Y así de la nada, mi oído entendía, sabía de que hablaba, vi al Padrecito, pero él seguía sin entender, lo veía en su cara… bueno lo que dijo fue que ese tal Ricardo era parte fundamental del designio, era una pieza que haría funcionar el engranaje de la libertad y que esta muchacha (supongo que quiso referirse a ella con algún palabra peyorativa)…”

En ese instante, según como me narra el sacerdote, entran dos agentes e intentan arrestar a Aurora por asesinato. Mientras tanto en el pueblo, justo donde encontraron el cuerpo de Ricardo, una pareja ve algo increíble:

“Púes sí, era una sombra enorme (comenta el señor), se levantó como Lázaro de la piedra donde había muerto aquel muchacho. Sí yo solo me aferre a mi querido (dice la señora), sentí un pánico terrible, ambos los sentimos…”

Testigos describen que la sombra se movilizó a gran velocidad al centro del pueblo. Tomó forma, era dos enormes manos, sin afán de detenerse, solo buscaban destruir. El cielo se obscureció y su color no siempre fue el mismo, rojos, amarillos, púrpuras, azules, aparecían y se desvanecían. Los habitantes entraron en pánico, corrían de aquí para allá, y esas manos solamente golpeaban el suelo y agujeros tragaban edificios, calles y personas. No discriminaba, todos estaban destinados a morir.

En la casa de Lidieth, Aurora era esposada y montada en la patrulla. Por la calle principal se dirigían al centro para procesarla. Pero en el trayecto, vecinos se daban cuenta de la verdadera historia de Aurora, de esa muchacha que les había engañado. Ella no deseaba el bebé, amenazó a Ricardo de que abortaría, el forcejeo con ella. Una piedra grande hizo su trabajo, pero ella tenía que evitar que la encarcelaran, por lo que le provocó al cuerpo del joven la repugnante herida en su muñeca.

Un vecino furioso, sabía que ella había provocado todo, ella y la muerte que les trajo era la causa de todo esto, soltó su ganado. La patrulla viajando rápidamente, colisionó con una de las vacas, matando a los dos oficiales, pero solo dejó herida a Aurora. Un grupo de lugareños, hicieron que creyeron correcto, la llevaron al matadero.

En el pueblo, las sombras destruían todo a su paso. Tres horas después lo único que quedaba en pie era la iglesia. Esas titánicas manos, darían concluida su obra con el hogar de Dios destruido. Como un niño que toma con aprecio un juguete, ambas manos fantasmales tomaron con fuerza la iglesia, esta empezó a rajarse y romperse. Un niño herido que vio como sucedía, me dijo que ver como destruía al Señor le hacía sentir terrible, pero en el momento en que las manos ya encontraban éxito debilitando la estructura, estas solamente desaparecieron, al mismo tiempo en que Aurora moría quemada.

Ha sido un arduo trabajo recopilar esta información. Los vecinos no cuentan la historia, ni siquiera a sus nietos. Pero si pude encontrar personas que me confiaron este secreto. Ahora el pueblo esta reconstruido nuevamente, siete años después de haber sucedido tal tragedia. Los medios de comunicación y el gobierno adujeron este desastre a una combinación de desastres naturales (incluido agua contaminada con oro), aunque en los mismos informes (recolectados gracias a fuentes internas) mencionan lo contrario. La labor de creencia se la dejo a usted lector o lectora, en este pueblo murió un joven que posiblemente era parte del plan maestro del Señor o simplemente era el indicio de que pronto, lo que conocemos como hogar ya no existirá más. Preferiría pensar que Ricardo fue fuente de otro lugar, no del Dios católico o judío o árabe o de ninguna otra religión. Pero no puedo asegurar nada, pues ya no estoy seguro de que vivimos realmente en la realidad.

Fe de erratas:

En los párrafos donde comento la muerte de Aurora, me disculpan señores lectores pero, no sucedió así. Fue un suicidio como cualquier otro, ella quemó el matadero y por el sentimiento de culpa, se arrojó hacia el debido juicio que merecía…

El Santísimo. Primera parte

Lidieth Romero escucho los torpes pasos. Ecos de zapatos pesados golpeando fuertemente las piedras del camino. Ella salió de la terraza de su casa e intento ver entre la neblina. Sintió un poco de miedo mientras el sonido aumentaba cada vez más. Ahora las pisadas no era lo único que se oía, la respiración fuerte de una persona se podía percibir. Suavemente de entre lo blanco apareció una muchacha. Era alta y delgada con el cabello claro, parecía estar llorando y tropezaba constantemente con las rocas sueltas. La señora Romero se dirigió a la muchacha pero con mucha precaución.

Al tenerla al frente suyo, Lidieth le pregunto si le pasaba algo, no encontró respuesta alguna, en seguida le colocó la mano en el hombro y la llevo adentro en su casa. Ahí la sentó, decidió traer algún trago fuerte para sacar a aquella misteriosa persona del extraño trance que poseía. Después de un momento, volvió a la mesa con un café colado bien negro, lo coloco en la superficie con suavidad, sentía una gran curiosidad, quería saber que le pasaba a esa hermosa extraña. La muchacha no parecía parpadear, no se movía, parecía estar sumamente asustada y su respiración no bajaba, era constante y pesada.

La señora Romero decidió dejarla en paz pero aún así en su cabeza eran construidas ideas de lo que posiblemente le habría pasado a su visitante, su mente la asustaba, la preocupaba y le hacía pasar emociones. Ella vivía una vida aburrida en aquella montaña fría y sentía que esta fantasmal mujer que estaba a su mesa significaría ser el centro del chisme rural, de las coloridas palabras de sus lejanas vecinas. Con tranquilidad se levanto de la silla y se acercó a la muchacha y le dijo que estaría en la cocina limpiando, se dio vuelta pero algo húmedo le detuvo el brazo. Era frio y viscoso. Sintió un dolor en el pecho, estaba atemorizada. Con lentitud, Lidieth trago fuerte y vio que era lo que la detenía.

Cuando converse con ella, lo único que me dijo fue que gritó fuerte y corrió por la puerta hacia la calle. Realizo por lo menos un trayecto de dos kilómetros y medio hasta llegar a su vecina más cercana. Allí llamó a la policía. El oficial Rolando Gómez llegó al lugar veinte minutos después, encontró a la muchacha inmóvil sentada frente a la mesa, tal como la había dejado la señora Romero. Cuando el oficial se acerco, como un acto automático y robótico, la extraña levanto su brazo derecho y mostro aquello que le había asustado tanto a Lidieth.

Revise el reporte del oficial Gómez y miré las fotografías que se habían tomado. La muchacha fue identificada como Aurora Solís, su mano derecha estaba cubierta de sangre, tres dedos estaban quebrados y ninguno de ellos tenía uñas, prácticamente la piel se había desgarrado tanto al punto de mostrar el hueso. Trataron de conversar con ella por más de cuatro días pero Aurora se mantenía callada, siempre con la vista perdida en el horizonte y sin parpadear. Se le pidió a la señora Romero que la cuidase hasta que se compusiera, algo que acepto a regañadientes.

Tres días más tarde, Aurora amanece gritando con fuerza, la señora Romero corrió pensando lo peor hacia la habitación. Estando ahí, encontró a la muchacha llena de lágrimas, sangraba en la entrepierna. Solo bastó un abrazo y palabras reconfortantes de Lidieth para que Aurora hablara de lo que le había pasado aquella tarde nublada.

Con mucho miedo y, según lo que me comentó la señora Romero, mucha ansiedad al punto de estrujar tanto la almohada hasta liberar todo su contenido, Aurora explicó que ella tenía un novio, su nombre era Ricardo Calasanz. Según ella era un muchacho muy cariñoso, muy tierno y atento, ella sentía que la amaba y que estaban a punto de casarse. Ambos vinieron a la localidad a vacacionar, les encantaba un pueblo tan hermoso como el de esa montaña. En el viaje, Aurora pensaba darle la noticia a Ricardo, de que ella estaba embarazada, algo que la alegraba mucho, pues era un compromiso que los uniría aún más como pareja.

Lidieth me describió la escena, cuando Aurora hablaba de su futuro bebé, una sonrisa enorme aparecía en su rostro, la habitación se iluminaba. Ella pensaba que solo era su imaginación, pero era algo extraño, algo que nunca había visto. Tan rápido como los bellos pensamientos provocaban ese brillo enceguecedor, la habitación se obscureció. La historia se volvía ahora más tenebrosa, y de la mano herida de Aurora volvió a brotar sangre. Le contó a la señora Romero que el novio no se encontraba bien, en ese día le habían despedido del trabajo y hace unas semanas, su madre había cortado relación con él. Al anunciarle la venida del regalo de vida, el se volvió histérico, caminaba de arriba abajo balbuceando e insultando el sagrado cuerpo de Aurora.

Rápido como un felino con rabia, Ricardo tomó la mano de la muchacha con fuerza y empezó a restregar las delicadas uñas de su presa por su muñeca siguiendo la línea de las venas. Aurora lloraba desconsolada, pedía ayuda, pero sus gritos se ahogaban en los confines del frio bosque de montaña, nadie los veía, la neblina era espesa. La terrible escena se desarrollaba en el agradable blanco de la virginidad. Cuatro horas pasaron hasta que las uñas rotas y huesos expuestos de Aurora tocaran las venas de Ricardo, él se desangró rápido y al caer al suelo golpeo su cabeza en una gran piedra.

La señora Romero sintió un deseo de enfermarse ahí mismo. Ella vio como la muchacha que permanecía en su cama ensangrentada volvía a un llanto aún más terrible, con gritos que podrían romperles el alma a los ángeles más fuertes de corazón. Pensaba con pena y dolor que aquella criatura estaba pagando los embates de una discusión que se transformó en el símbolo de la debilidad humana en su naturaleza no cristiana. Sin vacilar, Lidieth corrió por el teléfono y llamo por ayuda.

Cuarenta y cinco minutos después de que trasladaran a Aurora a la clínica del pueblo, le avisaron a Lidieth que la muchacha había perdido al bebé, también le expresaron que ella debía mantener reposo y no era recomendable que regresara. Con gusto, la señora Romero decidió acogerla en su casa para darle los debidos cuidados.

Al día siguiente en la hora de almuerzo, la señora Romero vivió algo que ya había experimentado y esta vez convencida de que no era su imaginación, decidió hacer algo al respecto. Una fuerte luz iluminó todo el comedor, era exactamente aquella que vio en el cuarto donde se encontraba Aurora. Entreviste a varios vecinos de la localidad, esa luz se visualizó por todo el pueblo, algunos me dijeron que pensaron sobre el calendario maya o la llegada de Cristo.

En el archivo de los oficiales de policía, mostraban fotografías impresionantes de la fuente de esa extraña luz blanca. Al principio no se nota muy bien la forma, pero las siguientes tomas mostraban lo impensable. El cuerpo coincidía con la descripción que Aurora había dado de Ricardo, pero de sus ojos y boca bien abiertos, un haz de luz blanco era disparado. Las heridas en su muñeca demostraban el reconocimiento positivo del cuerpo. Al día siguiente, los diarios mostraban al joven como un castigo del demonio, como al demonio mismo.

Lo que sucedió los siguientes días, nadie lo hubiera predicho. Cinco horas después de encontrado el cuerpo, la luz desapareció y los cambios químicos naturales hicieron lo suyo con el cuerpo. Los restos pasaron por el proceso de putrefacción de años, tan solo en minutos. Desde ese momento el pueblo entró en una etapa lúgubre, de expectativo y sospechosos de que algo sucedería que no sería de agrado para nadie.

A las dos de la madrugada del día siguiente, al señor Carmona lo despertó un olor a incienso fuerte, casi asfixiante. Al levantarse y encender la luz del cuarto, noto que el piso estaba cubierto por ceniza blanquecina y al poner los pies sobre ella, un dolor intenso subió por su pies, piernas y caderas, dejándolo totalmente inmovilizado. Arrastrándose por el piso, y según él, con la sensación a muerte en su espalda, vio sorprendido, al salir de la casa, de donde provenía ese fuerte olor a bendición. Todo el terreno cultivado había ardido, todo quemado por un fuego violento que solamente afecto su parcela. Y el humo subía y solamente entraba en su casa.

Al amanecer, los vecinos se acercaron a ver tal espectáculo. Uno de los testigos me dijo que aunque el fuego había sido apagado hacía horas, el extraño humo seguía introduciéndose en la casa del señor Carmona. Los doctores me explicaron que había quedado paralizado desde la cintura hacia abajo y que su condición parecía de un adulto de noventa años por lo menos (el señor solo tenía 53).

A las doce mediodía, mientras almorzaban las familias, el clima cambio drásticamente. Mis informantes clave, a la hora de llegar a este hecho, vuelven la cara con miedo, no desean recordarlo, es un tema tabú en el pueblo. Fue el sacerdote de la comunidad quien me hablo al respecto:

“El calor aumentó como las llamas del infierno. Yo veía en mi oficina como el termómetro pasaba de quince grados a treinta y cinco en segundos. Era un calor que nunca se había experimentado en esta zona… las personas salían, algunos rezaban por lo que pasaba, otros no les tomó importancia… fue durante la misa de tres que sucedió, lo recuerdo muy bien, sentía que ya estaba preparado para Dios nuestro señor, me separara del mundo terrenal. Yo les pedía calma a los presentes, les decía que seguramente lo que sucedía era algún tipo de señal de los cielos, y no me equivocaba, vea como terminó la cosa… mientras hacía la comunión, un resplandor anaranjado se veía por el vitral del Cristo resucitado. Un calor de llama y un olor fuerte a incienso se sentían dentro del templo. Salimos en seguida… (Mantuvo silencio por varios minutos y lloró, se llevó la mano al pecho, un ambiente de pesadez se sentía en el ambiente) lo vi, todos los que estábamos ahí lo vimos, sin ninguna esperanza, sintiendo como Dios nos abandonaba. Toda la ladera, donde los cultivos de varios agricultores de aquí, se encontraba en llamas y del cielo empezó a caer una ceniza extraña, algo que nunca había visto. Era el final, les dije a todos que entráramos al templo y que preparáramos nuestras almas, pues era el juicio final…”